Las lecturas de hoy me recuerdan la historia de la tortuga y la liebre y sus actitudes hacia la carrera. La liebre (conejo) teniendo todo para ganar (la velocidad y la agilidad) se volvió complaciente y se durmió. La liebre no mantuvo los ojos en la meta sino que se tomó un descanso de la carrera pensando que todo iba estar bien. La primera lectura dice que la gente de Judá se había vuelto muy complaciente como la liebre. Comieron y bebieron desde sus lechos con el mejor vino, sin importarles lo que les sucediera a sus parientes en Israel. Aquí se nos recuerda también al hombre rico que cenaba todos los días, ignorando a Lázaro al lado de su mesa, ¡qué bien se lo pasaba! Esta es la liebre descansando, tomando un descanso de la carrera.
La segunda lectura nos recuerda más a la tortuga y la vida de Lázaro. El era como la tortuga soportando el sufrimiento pero con los ojos fijos en la meta. San Pablo recuerda “competir bien en la fe”. En otras palabras, continua no te detengas a dormir mientras estas en la carrera de tu salvación. Mantente despierto, sigue avanzando hacia la meta. El premio de la inmortalidad en el cielo es demasiado grande para perderlo. La lectura del Evangelio reúne todo con una advertencia: si te vuelves complaciente en esta vida, habrá terribles consecuencias en la próxima. Las lecturas dicen que te apliques y camines con el Señor, lento y constante como la tortuga. No te vuelvas complaciente como la liebre porque entonces puedes terminar perdiendo la carrera de tu salvación. No acabemos nuestra vida como el rico queriendo sólo una gota de agua con tanta sed sino seamos como Lázaro reposando en el seno de Abraham porque competíamos bien en la Carrera de este mundo.