Hace dos semanas, se nos dijo que estamos llamados a reflejar la luz de Cristo a los que viven en la oscuridad. Superar cualquier obstáculo en nuestra misión dejando el barco de la comodidad y echando a un lado las redes de la división. La semana pasada recibimos una hoja de recorrido sobre cómo podemos reflejar mejor la luz de Cristo al vivir las bienaventuranzas. Esta semana se nos dan formas concretas de cómo podemos convertirnos en la luz del mundo. Empieza por no olvidar a los nuestros (que es toda la familia humana) y empezar a ayudar a los pobres entonces “brantará como la aurora vuestra luz”.La primera lectura nos da esos caminos concretos: dar de comer al hambriento, dar cobijo a los oprimidos, vestir a los desnudos. Nos da casi la lista completa de las obras de misericordia, al practicarlas nos convertimos en la luz del mundo para los demás. La primera lectura nos recuerda ayudar a los demás, y Dios se hará cargo de nuestras necesidades. No preocuparnos por lo que nos está pasando sino compartir lo poco o mucho que tenemos, y Dios también nos cuidará en el proceso. Además, la primera lectura nos recuerda que si ayudamos a los demás, estaremos protegidos del mal y la malicia, y nuestra existencia sombría (de solo sobrevivir) se convertirá en una existencia llena de luz que brilla en la oscuridad. La primera lectura básicamente dice que Dios cuida de los que cuidan de los demás. La segunda lectura dice que a Dios no le impresionan las palabras elegantes. Podemos hablarle a Dios de labios para afuera, pero eso no es lo que nos va a salvar.Estamos llamados a hablar a través de acciones, a través de ejemplos. Como dijo San Francisco, estamos llamados a predicar el Evangelio en todo momento y, si es necesario, usar palabras. No estamos llamados a hacer un tratado de lo que significa ser la luz del mundo y solo usar palabras sublimes para describirlo pero al final dejar a la persona varada. Estamos llamados a poner nuestra luz en acciones. Finalmente, la lectura del Evangelio nos recuerda nuevamente que seamos la luz del mundo, Dios nos ha dado tanto que no podemos esconder nuestros talentos. No podemos desechar todas las bendiciones que Dios nos ha dado para que sean pisoteadas. Tendremos que rendir cuentas de nuestras vidas y, con suerte, no tenemos que admitir que desperdiciamos nuestras vidas escondiendo nuestra luz debajo de una canasta. Nuestra luz debe brillar ante los demás de manera concreta, para que todos puedan glorificar a nuestro Padre celestial.