Muchos tienen sueños y aspiraciones mientras crecen, pero muchos de ellos tienen que ver con la riqueza y la fama, muy pocas personas sueñan con convertirse en una persona sabia, llena de amor por Dios y por los demás. La mayoría de los sueños son sobre cosas materiales, pero las lecturas de hoy nos invitan a soñar sobre cosas espirituales. Salomón no pidió riquezas, ni fama aunque las obtuvo de todos modos. Pidió sabiduría para saber gobernar un pueblo. Recuerdo que seleccioné esta lectura para mi ordenación como diácono porque en ese momento solo tenía veinticuatro años, todavía era un joven. Pedi al Señor que me diera la sabiduría para servir al pueblo de Dios. Una cosa que también le pedi al Señor es que me diera la gracia de celebrar la misa digna y bien. No pedí ser el sacerdote más conocido de la diócesis.Yo no pedí fama. Pedi sabiduría al Señor como Salomón, y como Salomón creo que el Señor me ha bendecido en el ministerio que me ha sido encomendado. Las lecturas del Evangelio nos dan tres imágenes cortas para comparar el gran tesoro que recibimos cuando aceptamos ser parte del reino de los cielos. Un tesoro sepultado, una perla de gran precio, y una gran red con muchos peces. Hay una sensación de entusiasmo por ser parte del reino de los cielos porque fluyen muchas bendiciones. Hay un salmo 131 que dice (parafraseado) “Mi corazón no es altivo…. No me he esforzado por cosas demasiado grandes”. Quizás muchos tienen sueños de cosas demasiado grandes, pero el sueño más grande hecho realidad es aceptar el Reino de los Cielos. Conformar nuestra vida al Evangelio. Al final de las parabolas Jesús, les dijo a sus discipulos si entendieron y dijeron "sí", pero ciertamente podemos ver que no tenían idea de lo que estaban respondiendo. Simplemente dijeron que sí para agradar al Señor. Sin embargo, en nuestras propias vidas, tengamos cuidado de no perder el tiempo en búsquedas sin sentido, sino apliquémonos para comenzar a vivir para el reino. Estamos llamados a concentrarnos, porque al final del tiempo habrá una gran diferencia entre los que vivían para sí mismos y los que vivían para el reino. No nos dejemos llevar por las tentaciones del mundo, sino permanezcamos firmes en nuestra fe para que, una vez justificados, también nosotros seamos glorificados en el Reino de el Cielo por toda la eternidad.