El tema del discipulado continúa. En la primera lectura de hoy se da más para que el discípulo tenga en cuenta, es decir, seguir los mandamientos, pero no solo cuando sea conveniente, sino todos los días de la vida. En el papado de Juan Pablo II hubo una disputa teológica. Hay quienes se llaman proporcionalistas que afirman que lo que importa son las acciones generales de la vida. Ponen todas las acciones en una balanza, y si se hace más bien que mal, eso será suficiente para la salvación. El Papa escribió una encíclica llamada Veritatis Splendor (el Esplendor de la Verdad) rechazando esta afirmación, diciendo que cada acción (cada una) importa. El discípulo necesita ser consciente de que está llamado a seguir los mandamientos no solo en ocasiones, sino todos los días, cada vez. Moisés deja claro que los mandamientos deben guardarse todos los días de la vida, no solo por un corto tiempo, no solo cuando sea conveniente. Un discípulo está llamado a vivir una buena vida moral basada en el amor a Dios y al prójimo todos los días. Seguir los mandamientos no debe ser una carga o algo mecánico, sino que debe traer gozo en el corazón al saber que se está haciendo la voluntad de Dios. Seguir los mandamientos no se trata de tratar de encontrar un resquicio y cumplirlos por obligación, sino de seguirlos y vivirlos con toda alma y fuerza. Si se siguen los mandamientos, habrá prosperidad en la vida, las cosas serán mejores. Si la bondad se vive y se comparte, eso es precisamente lo que la persona obtendrá a cambio. Si se exhibe una mala disposición, un mal temperamento, se quebranta la ley, eso es lo que la persona obtendrá a cambio. A medida que los discípulos crezcan en su comprensión de los mandamientos, tendrán una larga vida y recibirán lo que den a cambio muchas veces más. Un discípulo es invitado a ser como el Maestro, y vivir una vida esforzándose por ser santo, inmaculado y separado del pecado. Si el discípulo trata de hacerlo, entonces, al final de la vida, el discípulo puede recibir las mismas palabras que Jesús le dijo al escriba: "No estás lejos del reino de Dios". Al ser una persona buena y moral que sigue los mandamientos, el discípulo pueda que entre al cielo.